Desde que el New York Times hiciera pública la orden de usar las fuerzas militares contra los cárteles de América Latina, se ha desprendido una cascada de titulares y anuncios desde la propia Casa Blanca que colocan a Nicolás Maduro en el centro de una nueva diana.
A Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, los tratos pequeños le saben mal. Les huye, según él, a las pequeñeces. Su filosofía de negocios —y vaya si ha demostrado ser audaz en esa arena— es ir por lo más grande, aquello donde el resto teme entrar.
Es una de las ideas centrales de su libro The Art of the Deal (1987), un texto en el que expone sus estrategias más finas, claro está, sin ventilar sus también refinadas maneras de declararse en bancarrota o de librarse de impuestos por décadas.
Pero una cosa es el pulso de los negocios y otra el de la política mundial.
Trump, en este segundo mandato, apuntó sin temores a los acuerdos más altos antes de llegar a Washington y prometía acabar con la guerra de Rusia contra Ucrania en 24 horas. Puede que pensando en la medalla del Nobel de la Paz, de la que ya algunos hacen mención.
Han pasado siete meses y no ha avanzado un palmo.
Y aunque ya reconoce que el riesgo de hambruna en Gaza es “real”, no parece lograr siquiera bajar el calibre de la ofensiva israelí de su aliado Netanyahu.
Ni la paz entre Ucrania y Rusia, ni mucho menos una Gaza llena de casinos y niños felices como promocionó en el polémico video de IA.
En paralelo desplegó, hacia lo interno, su agresiva campaña de búsqueda y captura de migrantes, deportaciones a El Salvador y otros países, construcción de cárceles como un espectáculo y mostró, en un vaivén desconcertante, el mazo de los aranceles.
Precisamente estas dos últimas estrategias golpearon duro su imagen y popularidad. En una reciente encuesta de la empresa Navigator se precisó que, ahora mismo, un 50% de los estadounidenses desaprueban sus políticas migratorias frente a un 47% que las aprueba.
Y también están los resultados de Gallup, en julio pasado, que son peores aún, con un 62% de rechazo a las medidas contra los migrantes.
Trump pisó el acelerador a fondo, pero más allá del histrionismo del micrófono y de las frases y escenas que captan titulares, no ha logrado cerrar esos “grandes acuerdos”. Y, obviamente, tampoco puede concretar uno de sus objetivos más estratégicos: reducir, al menos en un punto, los tipos de interés que se mantienen entre 4.25 y 4.50 en Estados Unidos.
Está enfrentado de lleno contra la Reserva Federal y su independencia.
Insulta y sugiere que llevar a su presidente, Jerome Powell, a juicio podría desenredar este núcleo que acelera o ralentiza la economía más grande del mundo.
¿Y cómo entra Maduro en esta historia?
Nicolás Maduro y su gobierno lucen ahora como un “comodín” político para Trump, un objetivo que puede disimular el fracaso que, hasta ahora, ha tenido en los frentes ya mencionados: Ucrania y Rusia, Israel y Gaza, migración y la Fed.
Requiere de una victoria para su imagen y, entonces, se activa la maquinaria de Washington para, en primer lugar, subir la recompensa por Maduro a 50 millones de dólares y declararlo como líder del Cártel de los Soles.
Una medida meramente propagandística, puesto que Estados Unidos sabe perfectamente dónde ubicar al mandatario venezolano, que se ha convertido en la recompensa más grande ofrecida por ese país, incluso por encima de Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda y cerebro del atentado a las Torres Gemelas.
Hace apenas unas horas, la Fiscal General Pam Bondi confirmaba algo de este enfoque en entrevista con Fox News al mencionar: “La misión es hacer a América segura de nuevo” (The mission is Make America Safe Again), una frase de campaña a todas luces.
Jesús Martínez, periodista y analista político venezolano con experiencia en relaciones internacionales, está convencido de que no solo se trata de una estrategia política, sino de una intención sólida.
“Trump tiene una lista de prioridades y Venezuela está en ella. Y no creo que estemos aún ante un fracaso en su política migratoria, ni en el término de la guerra en Ucrania, ni tampoco en su control sobre Israel. Creo que las acciones contra el Gobierno de Venezuela no son una consecuencia de esos otros escenarios”, dice Martínez.
Para el analista, incluso si se hubiesen controlado esos frentes de guerra al día de hoy, el caso de Venezuela iba a llegar de igual forma a la mesa de decisiones de Trump.
Martínez está convencido de que la orden firmada por el presidente de Estados Unidos, que da licencia al ejército para atacar a cárteles del narcotráfico en América Latina, sí representa un hito.
“Ahora, que se vaya a concretar en una intervención en otro país es muy prematuro asegurarlo, pero sí creemos que se está preparando el terreno y le están diciendo a Maduro que están listos para accionar. Es importante reconocer que estas medidas siempre tendrán un permiso de terceros y del derecho internacional”.
¿Pero acaso no podría ser otra maniobra de distracción de Trump?
Martínez no cree que una orden de ese calibre tenga esa intención.
“La política internacional de Trump ha sido un quebradero de cabeza que ha sorprendido a todos los analistas haciendo cosas que no se sospechaban, desde la guerra comercial hasta los ataques preventivos a Irán. Venezuela ha estado siempre en la agenda, sobre todo en la del senador Marco Rubio. Y Trump es consciente del beneficio económico para Estados Unidos que puede traer un cambio de gobierno en nuestro país. Pero no descarta cualquier negociación con Maduro, como ya se ha demostrado también con el levantamiento de sanciones y otras medidas como licencias a Chevron”, apunta.
Trump explotará la fragilidad de Maduro cuando y como le convenga
Para Norberto Olivar, escritor y politólogo, la presión que imprime Trump contra Maduro al declalarlo como líder de una organización narcoterrorista es real, y podría ser explotada en el momento y los términos que el mismo Trump decida:
“La presión progresiva que viene ejerciendo Trump desde declarar terrorista al Cartel de Soles, lo cual permitiría cualquier acción militar contra el régimen, el aumento de la recompensa, y las declaraciones de Rubio y de la Fiscal parecen colocar al PSUV y a Maduro en una posición muy frágil, pero no muy clara en cuanto a lo que realmente haría EEUU. Esa posición de fragilidad aparente podría ser explotada por Trump de acuerdo a sus intereses del momento y negociarlo con quien le convenga. No creo que se trate de un objetivo real”, sugiere Olivar.
Pero además advierte, que, pese a todo el contexto que vuelve a emerger con la orden al ejército, no ve posible un ataque militar de EEUU en Venezuela.
“Trump enfrenta problemas domésticos que, imagino, busca tapar desviando la atención a otros asuntos. Venezuela representa un tema complejo: drogas, migración y dominio geopolítico de lo que históricamente fue su zona de influencia”, agrega el analista.
Y sí, hay antecedentes claros de que Venezuela puede figurar entre las prioridades de Trump, incluso desde su primer mandato. No obstante, las medidas político-económicas que han implementado para debilitarlo poco efecto han tenido. No pudieron, ni siquiera tras la fragilidad política y social que siguió a las elecciones del 28 de julio de 2024.
Esta vez entra en la ecuación la fuerza militar. Y no ya el argumento del régimen criminal que aplasta los derechos humanos, sino la etiqueta de narcorégimen. La narrativa ha cambiado y se está ajustando a la nueva campaña desde Washington. Se habla de decomisos, sin ofrecer muchos detalles, por unos 700 millones de dólares en bienes, joyas, aviones y más, que serían propiedad de Maduro. Pero la noticia, aunque viral, deja hambre de detalles no revelados aún.
Con toda la trama armada, ¿Trump será capaz de cerrar su gran trato con Venezuela o negociará con algo que ya ha calificado como cártel?
Los días lo irán contando.
Carlos Moreno